El otro día fui al cumpleaños de una amiga y llegó un piño no menor de colados. Entre esa gente estaba la Catita, que parecía de 25 pero en realidad tenía 18 años. Ya venía media puesta de otro carrete y, sumado a todos los roncola que ingirió en la fiesta, se puso a contarme su vida en Santiago.
Estaba realmente desesperada porque su pascuense la había dejado para siempre y aquí, en la capital, no había ningún hombre tan sensual, con un pene tan grande y bueno como el de su ex. Así me lo dijo, textual. La encontré bien sincera, no por el tema de los portes, sino porque realmente, por lo que me contó, debía ser difícil para ella, con toda esa espontaneidad y esa dulzura entre inocente e indecente, ser feliz acá.
Según me dijo, bien borracha eso sí, fue criada en la Isla de Pascua por la mamá del ex y aunque ésta le advirtió a su hijo que no podía tocarle un pelo, cuando la Catita tenía 15 tuvo la primera experiencia sexual con su hermano de vida. De ahí no paró más.
Luego, él empezó a trabajar como piloto y cuando ella se vino a estudiar a Santiago vivieron en un depto hasta que la Catita lo dejó porque creía que él "se lo anda metiendo a todas las minas". Aunque el pascuense lo negó y le pidió que entrara en razón, ella se largó.
Por eso ahora andaba terriblemente arrepentida. A cada rato me decía "¡Mira mis compañeros! son buena onda, pero ninguno es hombre como él"...
Y bueno, qué le iba a decir yo a la Catita si no he tenido la oportunidad de conocer a los isleños...
Por eso ahora andaba terriblemente arrepentida. A cada rato me decía "¡Mira mis compañeros! son buena onda, pero ninguno es hombre como él"...
Y bueno, qué le iba a decir yo a la Catita si no he tenido la oportunidad de conocer a los isleños...
si como dicen el guañaño es proporcional al porte de la nariz y los moais tiene una considerable, entonces catita al parecer está en serios problemas de probabilidad.
ResponderBorrarsaludos, dejo la puerta junta