Ni les cuento lo contenta que estoy de ser madre. También lo llorona que soy y, a veces, lo nostálgica y compasiva que me siento al recordar mi niñez (¿será que siempre termino pensando en mí? ¡qué ego!).
Pienso en lo "demandante" que era con mi madre. Sentía una necesidad potente de tenerla cerca. Era como si me hubiesen faltado muchas horas con ella. Tal vez sí, pues no era la única hija que debía criar. Pero ante los ojos de toda la gente, siempre fui la hija mamona en comparación a sus hermanas. Pensemos que igual yo fui la hija del medio...
En fin. El asunto es que cuando veo las ansias de mi hija por estar conmigo, más aún en la teta, sobre todo a ciertas horas de la tarde- noche en que prácticamente solo quiere succión afectiva, imagino que ese deseo insaciable no siempre podré cubrirlo por completo. Simplemente, porque soy una humana que se cansa ¡Eso también es natural!
De todos modos, recordar a mi yo pequeña, esa que siempre necesitaba una cuota más de contención pese a ser una niñamuy amada, hace que la paciencia se active para entregar el calor que mi criatura hermosa busca de manera casi salvaje. Quiero llenarla de amor, y he entendido que en esa entrega se va a colar el cansancio, la memoria dolida. Lo que importa es que quiero estar consciente de que soy una madre feliz, no perfecta.
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